jueves, 25 de marzo de 2010

¿Fin de ciclo?

(por Patricio Echegaray Sec Gral Partido Comunista argenitno)

La idea de que el gobierno de Cristina Fernández ha perdido toda capacidad de reacción, que se encuentra acorralado y que estamos ingresando en un verdadero “fin de ciclo” del mismo, viene siendo impulsada por los grupos de poder y la derecha política en convivencia con los grandes medios de comunicación y ha sido incorporada sorpresivamente por sectores de la centroizquierda y del progresismo que, asumiendo este discurso, compiten en ver quien llega mejor parado y con las más lustrosas credenciales de opositor refrendadas, al momento de esta supuesta “muerte política” anunciada.
Fue a partir de la crisis desatada con el sector agroexportador por la resolución 125 y el nivel de las retenciones, que la derecha en Argentina comenzó un feroz proceso de recomposición política y a instalar esta idea fuerza del fin del ciclo kirchnerista.
El nivel de virulencia que los actos de la oposición han tomado en los últimos días, deja al descubierto las verdaderas intenciones de muchos de sus integrantes y de los sectores que representan, como con claridad meridiana planteó Mariano Grondona: “ya no se trata de esperar que los Kirchner cambien, hay que cambiarlos a ellos”.
Queda claro que los sectores más concentrados de la burguesía no están dispuestos a seguir soportando a un gobierno que, si bien continua anclado en la matriz económica heredada del neoliberalismo, ha osado impulsar, por diversos motivos, algunas medidas que ponen en el centro del debate dicho esquema.
Al llegar al gobierno en 2003 con el declarado objetivo de restablecer la gobernabilidad tambaleante desde la crisis del 2001, Néstor Kirchner tejió un acuerdo con los sectores más concentrados de la burguesía tanto en el terreno agroexportador como en el industrial y en el mediático, sectores que lograron extraordinarias ganancias en estos años.
Este bloque comenzó a resquebrajarse tras el intento del gobierno de apropiarse de parte de la renta extraordinaria del sector agrario, especialmente el sojero, a través de la resolución 125, esta medida rompió la alianza que los había unido a lo largo del gobierno de Néstor Kirchner.
Tras los intereses corporativos de la Mesa de Enlace, que unificó a representantes de instituciones otrora enfrentados abarcando desde la Sociedad Rural hasta la Federación Agraria se encolumnaron diversos sectores políticos y sociales en una suerte de “transversalidad” conservadora amalgamados desde lo ideológico por la defensa de la propiedad privada y el derecho a la obtención de ganancias sin que el Estado pueda intervenir en la regulación de las mismas.
Instalado el debate sobre la redistribución de la riqueza y la intervención del Estado, comenzaron a resurgir con fuerza los discursos que propician el regreso a las políticas de ajuste del gasto público para enfrentar las obligaciones del Estado, frente a lo cual el gobierno respondió con la recuperación para el Estado de los fondos de las AFJP, terminando con un obsceno negocio instaurado por el menemismo, medida que provocó una nueva andanada de críticas de quienes buscan restaurar los fundamentos del modelo neoliberal más rancio.
Pero no concluyó aquí el resquebrajamiento del esquema de poder conformado por el gobierno en sus inicios, un nuevo momento de quiebre, esta vez con el sector industrial, se suscitó ante la medida adoptada por el gobierno venezolano de nacionalizar SIDOR, empresa del grupo Techint, y la negativa del gobierno argentino a intermediar en el conflicto ante la solicitud de la UIA.
El verdadero papel que juegan los medios de comunicación concentrados quedo desenmascarado como nunca en el desarrollo de estos conflictos, su manipulación de la realidad, su falsa independencia, el poder económico que representan y la injerencia directa que tienen en la tematización de la agenda política. Por si algo faltaba, el impulso de la ley de Medios Audiovisuales por parte del gobierno quebró significativamente la alianza que el mismo sostenía con el grupo Clarín y desató el intento de “ataque final” sobre la gobernabilidad profundizando la instalación de la sensación de “fin de ciclo”.
De esta forma, las clases dominantes dejaban en claro que no están dispuestos a ceder en lo más mínimo las prebendas y privilegios consolidados en el marco de modelo neoliberal.
La oposición política, que luego del entusiasmo desatado en sus filas tras la derrota infringida al gobierno en las elecciones de julio de 2009, no lograba articular un bloque sólido de oposición y se encontraba desbordada por la iniciativa política del oficialismo, cerró filas con el stablishment económico y, capitaneados por el grupo Clarín se lanzaron, en muchos casos con el fanatismo de los conversos, a instalar la idea de “fin de ciclo” del gobierno, impulsada por los verdaderos grupos de poder.
La relativa debilidad del gobierno, basada sobre todo en su incapacidad en haber constituido en sus mejores momentos una base social sólida para defender sus medidas más potables y diferenciadoras, se transformó en el discurso opositor en el anuncio de una “crisis terminal” donde la velocidad en la que avanza la cuenta regresiva ocupa el centro del debate mediático.
Lamentablemente, esta ofensiva que busca desgastar ferozmente al gobierno, haciendo eje en las medidas que, aunque tibias y limitadas muchas veces, colocan el debate en temas centrales de la estructura de poder de nuestro país, hizo que algunos sectores de la centroizquierda y del progresismo, en su afán de aparecer como “los más firmes opositores” hayan tomado posiciones que, más allá de sus intenciones, los convierte en elementos funcionales a la teoría del fin de ciclo y a los intentos de desgaste.
Vale la pena recordar que en momentos de crisis y cortes abruptos de la gobernabilidad, si no existe una fuerza política alternativa con la suficiente inserción social y representación política para asumir el desafío, la salida se da siempre por derecha.
Valga como ejemplo lo actuado por la izquierda italiana, tanto por Refundación Comunista como por el Partido de los Comunistas, cuando decidieron romper la Alianza que tenían con Prodi y precipitar la crisis de su gobierno pensando que en las elecciones adelantadas que se llevarían a cabo, como prevé la constitución italiana ante situaciones de crisis institucional, ellos podrían capitalizar la coyuntura y asumir la centralidad del gobierno.
Sin duda, apresurar el fin del ciclo del gobierno de Prodi y pretender acumular en la crisis de su aliado demostró no ser el mejor camino. Prueba de ello es que el ganador de las elecciones anticipadas fue Berlusconi, que el gobierno de izquierda de Prodi naufragó y que junto a él, también lo hicieron las naves de quienes, desde la izquierda, pensaron en capitalizar su crisis.
La complejidad política del momento que atravesamos provoca la sensación de caminar constantemente sobre un terreno fangoso.
Este terreno se conforma en los distintos intereses en juego al interior de la burguesía en defensa de sus posiciones dominantes, en un gobierno que por las limitaciones estructurales e ideológicas de su composición no avanza en la profundización necesaria de ciertas políticas fundamentales de ruptura con lo establecido en los 90 y a favor de los sectores populares, y en una oposición que en sus múltiples expresiones refleja a la vez la multiplicidad de intereses en juego y que logra mostrar solo espejismos de unidad cuando de oponerse constante y sistemáticamente al oficialismo se trata.
Si a esto le sumamos la crisis que, en materia de construcción de alternativa atravesamos en la izquierda, la situación se complica aún más.
La crisis de representación que estalló en diciembre de 2001 nos atraviesa hasta el día de hoy, nos afecta y, al mismo tiempo, nos interpela, y crea oportunidades para la izquierda. El gobierno se enfrenta a sus propios límites, examina sus oportunidades y el modo de explotarlas a su favor. La derecha contempla sus nuevas oportunidades y alentada por los sectores concentrados del poder se lanza tras ellas a toda carrera y en desorganizado malón.
En ese contexto, las izquierdas debemos reforzar nuestra voluntad de incidir en esta crisis de representación para que surja una verdadera alternativa que, desde el mapa de la izquierda hasta el centroizquierda, logre amalgamar autonomía, amplitud y profundidad, que abandone el sectarismo y logre consistencia y solidez en la dirección de cambios profundos en la política y la sociedad argentinas.
Esto plantea desafíos muy fuertes tanto en lo institucional como en lo no institucional. La izquierda tiene atrasos en ambos planos. Este atraso se puede superar. Venimos batallando en la propuesta de crear una nueva fuerza alternativa que resuelva la crisis de representación en un sentido popular, en la dirección de cambios antiimperialistas y anticapitalistas. Para ello debemos recurrir al más genuino pensamiento marxista, cuya esencia es histórica y transformadora al mismo tiempo y nos permite no equivocarnos en el reconocimiento del enemigo principal.
Las izquierdas no lograron protagonizar y liderar la resolución de las crisis de representación que se produjeron tanto en los albores como a mediados del siglo XX. El presente nos ofrece una nueva posibilidad si no nos dejamos arrastrar, por un lado en la vorágine de las profecías autocumplidas de los “fin de ciclos”, y por otro en el posibilismo que limita la profundización de políticas transformadoras.
Para ello es necesario una alta dosis de audacia y responsabilidad, reflexionar colectivamente, no caer en las trampas del pragmatismo y del oportunismo político y aprovechar la experiencia y la acumulación de los esfuerzos ya realizados, superando la división artificial entre lo político y lo social, aprovechando las construcciones provinciales y regionales alcanzadas y apuntando a la posibilidad de constituir, en un nivel superior, una fuerza política autónoma que compita seriamente tanto con los enfoques de la derecha como con las concepciones socialdemócratas y de Tercera Vía en la construcción de una nueva perspectiva para nuestro país.